Se trata, entre otras cosas, de un proyecto que surge en el momento en que el futuro ya ha llegado... y resulta que no se parece ni remotamente a lo que describían los autores de la ciencia-ficción clásica o tradicional. No tenemos coches voladores ni bienestar mundial; Marte sigue estando a la misma distancia de la Tierra que hace cincuenta años, y no hemos sufrido ninguna invasión alienígena (que sepamos). Mirar al porvenir y decir lo que uno ha visto siempre ha sido un deporte de riesgo, y ahora, además, resulta poco creíble si no nos lo cuentan a través de la diminuta pantalla de un teléfono que ya no es un teléfono, pues no sirve para hablar, sino para recibir obscenas cantidades de información innecesaria y poco fiable durante 24 horas al día. Ni vamos de vacaciones a las Pléyades, ni los tentaculados arcturianos de ojos saltones vienen a tomarse fotos con los turistas japoneses en la catedral de Cuenca, aunque los folletos publicitarios les expliquen que, hace años, el templo sufrió el ataque de un tiranosaurio llamado Gwangi, y que AQUÍ están las huellas de sus patas traseras. Los robots que conocemos son de cocina o virtuales: los buenos son los primeros; los otros tienen nombres siniestros, como web crawlers o vandalbots, y realizan tareas aún más siniestras. El Doctor Infierno, en su guarida de la isla de Bardos, rodeado de ruinas mikenenses, se pregunta cómo es posible que unos ingenios cuasi etéreos hayan triunfado donde fracasaron sus Brutos Mecánicos. En Ulthar pensamos igual: los robots.txt, malignos, benignos o neutrales, nunca podrán superar la objetiva belleza de los diseños del Doctor Infierno.
Y ese es nuestro punto de vista: que la literatura de imaginación, la mejor o, al menos, la que nosotros preferimos, no está reñida con la belleza de lo extraordinario, de lo monstruoso, de lo prodigioso. Nos complace lo improbable, incluso lo imposible, siempre y cuando sea bello. Nos regodeamos en el escalofrío del futuro incierto y en los misteriosos pantanos tropicales del pasado prehumano; los monos parlantes y las abominaciones que reptan por nuestras cloacas nos producen regocijo; nos amparamos en el consuelo de que, ante las más impensables amenazas de este mundo o de cualquier otro, siempre habrá un Sherlock Holmes o una Ellen Ripley que resuelvan la situación. Somos la gente de las cavernas que se sienta alrededor de la hoguera para escuchar historias acerca de los dioses que traerán el fin del mundo; del héroe sin nombre que atravesó con una lanza el corazón de la hedionda araña de mil ojos; del día en que el Sol se enojó y criaturas con muchas patas y colmillos afilados se ensañaron con los habitantes de las cuevas... Somos esas mismas personas que disfrutaban cada palabra y cada gesto, y reían o temblaban y miraban por encima del hombro y, al finalizar el cuento, suspiraban aliviadas al pensar que, a fin de cuentas, quizá eso nunca había sucedido, pero si sucediera alguna vez... estarían, estaríamos, preparados para afrontarlo.
Y en cualquier caso, querremos escuchar el relato de nuevo. Ese mismo y otros muchos, aún más terroríficos, aún más fantásticos, aún más increíbles y maravillosos, por el mero disfrute de escucharlos... y por si acaso.
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En cuanto al presente número de Ulthar, tenemos todo eso que mencionamos en las líneas anteriores y más: hemos recuperado los horrores de la alcantarilla creados por George Daulton en 1908, y al orangután Gestas, uno de los primeros simios inteligentes de la literatura española. Tenemos tres atisbos del futuro, con tres autores que aportan otros tantos puntos de vista radicalmente distintos: Hernán Migoya, Santiago Eximeno y Ángel Torres Quesada. Y también miramos al pasado con un ensayo sobre la Prehistoria, por cortesía de Carlos Saiz Cidoncha. Tenemos nuestra ración de Lovecraft, esta vez en clave navideña, de la mano de Óscar Mariscal; y una aproximación inédita y diríamos que única a los Mitos de Cthulhu, que nos sirve Alejandro Morales Mariaca. Tenemos aventuras y horror en otros planetas gracias a José Miguel Pallarés. Y también andan por estas páginas el Maestro de Baker Street y su amanuense, el doctor John Watson, en la conclusión de la magnífica novela escrita por Sergio J. Monreal. Y además, un siniestro drama, quizá sobrenatural, quizá alienígena, pero sin duda alguna fantástico (aunque transcurra en el Far West), del norteamericano Norm Eldritch.
Un festín para disfrutar junto a la hoguera, o en la (aparente) seguridad del hogar...
(Editorial de ULTHAR correspondiente al número de diciembre de 2017)
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